1/5/23

LA OBRA DE MI VIDA

En algún momento del año 2019, mi padre le dijo a mi esposa que nos regalaría un cuadro y que eligiera la temática y el tamaño que quisiera. Ella, enamorada como siempre ha estado de una preciosa marina que lleva un montón de años colgando de una de las paredes del comedor de la casa de mis padres, le respondió que una marina, como aquella... no igual, por supuesto, pero del mismo rollo.

Mi padre empezó el cuadro, pero su estado de salud fue empeorando tanto, que no pudo llegar a terminarlo. En una conversación que tuvimos, en la que me preguntaba cómo veía el cuadro, le comenté que había espacios donde daba la sensación de que faltaba grueso de pintura, que si te fijabas bien, se veía el blanco de la tela a través de la pintura. Su vista ya no le dejaba apreciar ciertos detalles con suficiente claridad, y con un cierto tono de frustración, me dijo que si quería, que lo terminara yo. Algo prácticamente impensable en un artista de su talla. Daba la sensación de que le había dicho aquello a mi esposa, para brindarnos un último regalo, plenamente consciente de que ya no le quedaba demasiado tiempo entre nosotros.

En Marzo de 2020, falleció, después de aguantar meses en un estado de sufrimiento que sólo la expresión de su rostro transmitía, a pesar de que, fiel a su forma de ser, no le gustaba que le ayudaran mucho a levantarse y esas cosas. Lo cierto es que a pesar de que el cuadro quedó sin terminar, la maravillosa composición del mismo y todo lo que llegó a dejar plasmado sobre el lienzo, más sabiendo de su estado de salud y de las limitaciones visuales de sus últimos meses de vida, es simplemente maravilloso.

Tras su fallecimiento, me dije a mi mismo: Lo voy a terminar, algún día lo terminaré... pero fue pasando el tiempo y no encontraba las fuerzas ni el valor necesario para sentarme en su cuarto de la pintura y ponerme manos a la obra. Más de dos años después, y tras mirar ese cuadro todas y cada una de las veces que visitaba la casa de mi madre, sentí que había llegado el momento y que ya había reunido el valor necesario para acometer tal propósito. De modo que empecé...

Primero fue únicamente un día aislado, en el cual retomé el contacto con la pintura (ya hacía muchos años que no tocaba ni un pincel) y terminé con la amarga sensación de que no sería capaz de terminar ese cuadro de forma suficientemente satisfactoria, de que no alcanzaría el nivel necesario para poder terminar la obra sin desmerecer el arte de mi padre. Tardé un par de meses en volver a intentarlo... y las sensaciones fueron ya muy distintas, cargado de valor y con el empeño y la sobriedad suficientes para poder afrontar el desafío con total convencimiento.

A partir de ahí, fui dedicándole tardes sueltas, sin prisa pero sin pausa, casi como una liturgia, entrando en una especie de trance, disfrutando del momento y aceptando ese reto, ya no de terminar la obra de mi padre, sino también de lograr que dicha obra contuviera lo mejor de ambos mundos, tanto la belleza compositiva, la armonía y el realismo intrínseco de su arte, como mis propias y particulares virtudes... y todo ello sin que una parte tape en exceso a la otra, conviviendo en hermosa armonía, desembocando en una obra única e irrepetible en el universo, hecha a cuatro manos. Y, por supuesto, con las dos firmas, algo no muy usual en este tipo de cuadros al óleo.

Os dejo con la obra en cuestión, que desde hace apenas una semana, ya debidamente enmarcada, cuelga de la pared principal del comedor de nuestra humilde morada.